autoridades de otro tiempo

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mirarlas para volver a pensar la posición docentes actual

jueves, 19 de enero de 2023

Maestro Quinquela o el arte de la transmisión. Del libro La autoridad como práctica (Homo Sapiens, 2022)

 

Quinquela Martín. Reflejos.


Capítulo 7 Paisajes. Maestro Quinquela o el arte de la transmisión 

Me resulta más fácil cazar que describir cacerías, vivir que escribir, pintar que describir como pinto. Quinquela Martín en Muñoz (1949: 7) 

Me veo en medio de un cuadro, con la mirada perdida en dirección a los puentes de hierro que cruzan el Riachuelo del barrio de La Boca en Buenos Aires, Argentina. Yo soy uno de sus personajes. Arriba, un cielo con manchones de algodón, al frente, las grúas inmensas sobre la autopista a la ciudad de La Plata, a la izquierda, los dos puentes de hierro gris y anaranjado como custodiando el motivo portuario de la obra, más abajo las casas de colores, las dos escuelas, el teatro, el hospital, más acá Caminito11 y sus habitantes cotidianos, la pareja de tango, el falso Maradona, los turistas y sus máquinas de fotos multiplicadas. Ahí́ me quedo un rato, sentada en el bar del museo al lado de Caminito, esperando la hora de la reunión en la escuela secundaria técnica frente al Riachuelo. Me quedo quieta un tiempo largo como parte de una composición. Veo resbalar los autos y camiones por la autopista en un horizonte próximo, único movimiento perceptible en el conjunto. Pienso en la escuela, en sus estudiantes y sus futuros. La historia de ese rincón de Buenos Aires es poderosa, conmovedora y Benito Quinquela Martín. (Caminito es una pequeña calle adoquinada, característica del barrio de La Boca, a la que dan ventanas y puertas de colores de las casas vecinas. Fue parte del recorrido de un tren. Hoy es un paseo turístico y museo a cielo abierto donde artistas y artesanos muestran sus obras. Fue creado en 1950 por iniciativa de los vecinos, entre ellos el pintor Quinquela Martin) 

 Unos días después leo lo que él decía de ese barrio. Esa parte de la ciudad era ya un cuadro y sólo se limitó a pintarlo. Allí estaban el río y el muelle, con sus barcos amarrados o en ́ movimiento; la calle empedrada, con sus chatas y sus carros; las viejas casas de vecindad, alternando con galpones, aserraderos, depósitos de hierros y de lanas. Y allí estaba, sobre todo, el trajín del puerto, con sus lanchas, lanchones, patachos, remolcadores, barcos de vela y de vapor, chatas de río y sus mil embarcaciones. Y allí estaban las grúas, multiplicando y humillando la fuerza del ́ hombre, al que aliviaban en su esfuerzo. Y allí estaban los traba- ́ jadores del mar, del río y del puerto, con sus largos días de ruda faena y sus breves horas de descanso y de fiesta. Todo aquello estaba allí, a mi alcance; iba unido a mi vida, yo lo veía y lo vivía ́ diariamente y lo llevaba dentro y fuera de mí mismo. Lo único que me faltaba era expresarlo, copiarlo, interpretarlo y convertirlo en obra de arte (Muñ iz, 1949: 47-49). 

Voy a la escuela adonde trabajo como asesora pedagógica, frente a ese Riachuelo hoy sin barcos. Camino por el barrio adonde llegaron mis bisabuelos. Subo las escaleras de veredas elevadas que tanto me llamaban la atención de niña. Me detengo a mirar las aguas oscuras. Pienso en las eternas promesas políticas de saneamiento. Sucio y aun así bello. Por momentos, se me aparece un paisaje del pasado con el movimiento del puerto que ya no existe. Es fines de diciembre y una reunión a esa altura para pensar el armado de un proyecto de convivencia con directivos y docentes de una escuela parece poco probable o deseable. A fin de año todo lleva a un cierre de clases y de reuniones, todo quiere concluir de un modo que no nos deja lugar a pensar, a proyectar. Queremos descansar, salir de vacaciones. Aun así, algo ocurre. …tenemos que pensar algo que sea para todos, un eje que nos ayude a trabajar la convivencia, algo que convoque a todos, me parece que es el tema del medioambiente, o la educación sexual integral… pero si ya lo habíamos hablado otros años y no pasa nada, bueno, hagamos gran colorido y espátula cargada de sensibilidad…es lo de siempre, los coordinadores estamos de acuerdo pero hay que movilizar a los profesores y es muy difícil porque no nos vemos nunca, lo que necesitamos es ayuda para los problemas de los chicos, vienen sin saber leer algunos y está n en la secundaria, ¿cómo se hace?, o con problemas de salud, necesitamos psicopedagogos, psicólogos, es el medioambiente pero sobre todo que lean y escriban, eso nos preocupa a todos. No leen ni escriben, ¿quéhace la primaria?, ¿no leen ni escriben?, ¿la primaria? Sí, tienen problemas y no los atienden, los padres no se comprometen, nadie los ayuda con las tareas. Vienen porque les queda cerca, pero esta escuela es técnica, tienen que venir todo el día, los talleres, el dibujo técnico o como se llama ahora, tecnología… de la representación, no sé por qué siempre se fijan en lo que los chicos no pueden, estos chicos son buenísimos, vamos a todas partes con ellos y nos felicitan, al museo, cualquier salida que hagamos, son buenísimos, como cualquier chico, sólo necesitan que los miren y les hablen. A esta escuela la fundó Quinquela y él pensaba en la ciudad del futuro, nosotros somos parte de esa ciudad, él imaginó algo que antes no estaba y lo hizo, y bueno, eso es educar, ¿no?, ¿para qué trabajamos?, para el futuro, para el presente también.

 Las voces de profesores, profesoras, coordinadores y directivos se superponen. Cada uno tiene sus razones. Expresa. Reclama. Argumenta. Ama su trabajo o no le importa demasiado, pero habla. Sabe. No sabe todo. Siente. Sufre. Cuando el jefe de taller menciona a Quinquela se hace un silencio en el que quedamos todos suspendidos por un momento. Algo pasa. Me voy de la escuela. Saludos, buenos deseos, el final ansiado que llega. Bajo las escaleras con las voces escuchadas que no se apagan, me queda resonando lo de la ciudad del futuro. ¿Qué quiso decir Quinquela?, ¿imaginó un barrio de La Boca que no existía?, ¿lo creó donando escuelas, teatros, el lactario, el hospital? ¿Hoy, cuál es “el” futuro?, ¿son los chicos y chicas sólo futuro?, ¿y sus presentes, sus historias, lo que son hoy y –sobre todo– lo que van siendo, cómo lo ven estos profesores? Me quedo pensando si es posible ver lo que todavía no está, si se puede ser alguien si no hay mirada que proyecte algo más. Y lo que ocurre cuando se piensa que no hay futuro. ¿Están estos chicos y chicas desprovistos de futuro? ¿Qué herencia los precede? Recuerdo la frase del poeta René Char que Hanna Arendt cita en el prólogo de Entre pasado y futuro: “nuestra herencia no está precedida de ningún testamento”.

 Recuerdo la historia de Quinquela y el invento que hizo de sí , con su obra, con su vida. No tuvo testamento y se inventó una herencia, a partir de allí se ejercitó ́ ́ en el arte de dar. ¿Por qué? No lo precedió un mundo que lo reconociera y creó paisajes para otros. Casas, escuelas, museos, un camino mítico, una república de colores, música, mascarones de proa, barcos y, sobre todo, imá genes y colores de gente de trabajo en un puerto poblado y colorido. Una tarde de fines de marzo, hojas doradas en las veredas, algo de viento, amarillos y naranjas en remolinos, el sol apenas cálido escondiéndose entre las calles del barrio de Barracas. 1890. Los carros yendo y viniendo por la Avenida Montes de Oca. Una figura agitada baja de uno que se detiene frente a la Casa de Niños Expósitos. Se oculta bajo un manto enorme que la cubre y oculta a su vez algo en él, entre los brazos. Los movimientos son rápidos, no parece haber dudas en ellos. Apenas se inclina para dejar un niño pequeño en el torno13 preparado para recibirlo. Medio pañuelo lo acompaña. El cuerpito estácubierto con unas ropas finas, de heredero ilustre. Sin embargo, nació desheredado. Una ciudad que crece a pasos agigantados, destino de la inmigración que sigue llegando en enormes barcos al puerto porteño vuelve difícil la subsistencia. Con frecuencia, el torno gira hacia adentro de la casa dejando ver un recién nacido. La vida comienza allí y también algo queda interrumpido. Quinquela fue abandonado el 20 de marzo de 1890 y nunca se encontró a su madre biológica ni se conocieron sus orígenes. Una notita lo nombró , aunque puede ser parte de un mito. Dicen que decía: “este niño ha sido bautizado con el nombre de Benito Juan Martín”. El pintor tomóuna parte y otra del apellido de sus padres adoptivos, Chinchella, que luego se transformó en Quinquela. Se dió un nombre a sí mismo, así como un lugar, una historia y un mundo. 13. Entre fi nes del siglo XVIII y principios del XIX, la Casa de Niños Expósitos contó con un dispositivo en el cual era posible depositar un recién nacido, cuyos padres decidían abandonar de manera anónima. Una pequeña puerta giratoria evitaba que pudiera verse a la persona que dejaba al niño o niña. Esta práctica tuvo lugar en diferentes partes del mundo con características similares en iglesias, monasterios, casas de niños expósitos, etc. 

 La experiencia de mirar.

 Quinquela inventó entonces un futuro cuando de la casa de expósitos lo llevaron a un puerto donde comenzó a trabajar. ¿Lo inventóde la nada? ¿Qué vio en aquel puerto? Fue adoptado por un matrimonio de La Boca. Los Chinchella lo incluyeron en su mundo de trabajo, vendiendo carbón al barrio, él y su padre cargaban bolsas desde los barcos, la madre lo vendía. Su infancia fue la de los hombres de sus cuadros, con sus espaldas curvadas, entre mástiles y cubiertas de barcos. Sus juegos fueron los del niño que ayuda a la familia con el sostén cotidiano y apenas va a la escuela. Los carbones fueron sus lápices. Sus primeros dibujos, la experiencia de mirar. Yo no sé si nací en el barrio de la Boca. Lo único que sé es que hace medio siglo me trajo a este puerto una buena mujer, una madre sin hijos, que adoptóa un niño huérfano para compartir con él su pobreza y su bondad. Aquí eché raíces y ramas. Después de vivir cincuenta años en el barrio que amparómi niñez y mi orfandad, bendigo al destino que me condujo a este puerto de adopción y de salvación. Y cuando lo contemplo hoy desde los balcones de mi estudio, siento a veces una sensación extraña, como una voz interior que me dice que yo no he podido nacer en otra parte que en la Vuelta de Rocha (1949: 341, 342). Maestro de la invención. Se amarróal puerto para abrir futuro. ¿Qué le dio el barrio, los vecinos, los barcos en su incesante movimiento, el padre estricto, la madre protectora? Tal vez podamos verlo en sus cuadros. Allí están la fuerza del trabajo, el sostén en la actividad cotidiana para subsistir, el peso de las bolsas de carbón, los atardeceres, el fuego, las tormentas, los puentes, el agua y sus reflejos. ¿De quién aprendió efectivamente Quinquela?, ¿qué lo formó ?, ¿qué herencia artística lo precedió y qué historia de vida hizo que se abriera su lugar en el barrio y en el mundo? ¿En qué creyó y qué lo sostuvo? La reunión en la escuela y lo que dijo el profesor que habló de Quinquela me llegaron, me tocaron sus palabras. “El imaginóalgo que antes no estaba y lo hizo”, dijo. Me fui al museo al otro lado de la calle. Mientras caminaba sobre las veredas de colores y entraba por la puerta vidriada al lado de la escuela, me pregunté cómo pasó de la infancia  entre barcos y trabajo duro al arte y también al trabajo duro pintando, del abandono a la creación, del carbón al color. Me quedé pensando en los lazos y en los espacios. En la relación entre la historia de Quinquela y la de muchos chicos y chicas de esta escuela, de la técnica que lleva su nombre y de los que viven y estudian alrededor de este lugar. ¿Qué lazos los reúnen en torno a proyectos comunes? ¿En qué historia se inscriben, cuáles son sus “maestros de la mirada”? ¿Cuál será su experiencia en relación a qué y cómo mirar? Mirar, como experiencia, es abrir la multiplicidad del mundo en un acto que se desprende de los estereotipos. Se aproxima a la experiencia de vivir. Pero sabemos, tal vez hoy más que nunca, que esa experiencia no es espontánea, ni un estado o un ejercicio que se alcanza naturalmente. Se ofrece en espacios de transmisión, públicos, compartidos, generalmente fuera de circuitos mediáticos y comerciales. Es parte del ofrecimiento que los/as adultos/as hacemos a los/as que vienen después. Demanda tiempo, historia transmitida en actos sensibles, gestos propios de un don. Hoy todo es visible, transparente, accesible en redes que parecen sostenernos, pero ¿de qué modo aprender a mirar el mundo sino en lazo con otros/as que lo hicieron antes que nosotros/as, confrontando, interpretando, leyendo críticamente, en disidencia? En Quinquela, la mirada en relación a su mundo próximo y su capacidad para traducirla en obras pictóricas hizo una narración que lo sostuvo y generólo mismo en los demás. Desplegóasí una manera visual de invitar a la narración de una historia, tal vez porque inicialmente no la tuvo o corrió el riesgo de quedar fuera del relato de una vida. El pintor del puerto se narró a sí mismo a partir de una mirada que tomó de un conjunto de lugares, de sus maestros, pero también por fuera de la academia, como él mismo lo dice. Percibimos en su obra una voluntad de dar visibilidad, de dar materialidad y en ese acto inventar un porvenir. Pintaba con espátula, derrochaba óleos y colores como parte de un ofrecimiento, un deseo de dar. En cada cuadro, cada espalda curvada, hay una historia. En cada barco zarpando o tocando puerto, amarrado o expuesto al fuego, la lluvia o el sol, hay muchas historias. Llegadas y partidas, separaciones y encuentros, vidas y muertes, el pintor narró a todas ellas en sus imágenes inventadas y se narró a sí mismo como parte de su obra.

Cuentan que cuando se construyó la escuela primaria su propósito de colocar un mural en cada aula fue cuestionado por las autoridades educativas porque afirmaban que las imágenes serían distractoras del aprendizaje para los/as estudiantes. Su obstinación lo llevó a pintar los murales en soportes trasladables y, una vez terminada la construcción de la escuela, sin autorización del Consejo de Educación los instaló de todos modos. Quinquela pensaba todo lo contrario de la ortodoxia escolar. El creía que había que multiplicar miradas, llevar el arte a la escuela para mostrar la vida de la gente, el trabajo, el movimiento social, que aprender era eso, abrir mundos, cercanos o distantes, posibles o ausentes. Aproximó miradas en los espacios más extraños y disimiles. Sus murales poblaron clubes, estaciones de subte, facultades, patios y aulas de escuelas, lugares públicos donde cualquiera pudiera mirarlos. Puede decirse que su experiencia de mirar y crear se vinculó no sólo con la de vivir sino con la experiencia de dar. Mirar, vivir y dar. Posiblemente tres formas del enseñar y de convivir. 

La experiencia de dar.

 Dice Derrida: Aprender a vivir es madurar, y también educar: enseñar al otro, y sobre todo a uno mismo. Apostrofar a alguien para decirle: “Te voy a enseñar a vivir”, significa, a veces en tono de amenaza, voy a formarte, incluso voy a enderezarte. (…) ¿Se puede aprender a vivir? ¿Se puede enseñar? ¿Se puede aprender, mediante la disciplina o la instrucción, a través de la experiencia o la experimentación, a aceptar o, mejor, a afirmar la vida? (2006: 21, 22). 

¿Qué diría Quinquela si pudiéramos preguntarle si aprendió a vivir y cómo? Posiblemente nos mostraría sus cuadros. También las colecciones de arte, el museo, las donaciones, los murales de la escuela primaria, los talleres de la escuela técnica. Aprendió a vivir inventando lo que no le era propio. El barrio le pertenecía pero no sabemos del todo qué lo hizo pintarlo, hacerlo vivo en las telas y transformarlo con instituciones de arte y educación. ¿El deseo de pertenecer a algún lugar?, ¿hacerlo suyo?, ¿trascender?, ¿apropiarse de sus colores para inventar una “ciudad del futuro” que La Boca no era? En la reunión en la escuela técnica creo que pensé en esto, que no era verdad que sólo se puede dar lo que se tiene. El don implica dar lo que no tenemos y no esperar nada a cambio. Quinquela inventó su pintura y la ofreció, una obra que lo sostuvo desde muy chico. También inventó una forma de transmisión como donación o de “devolución”, como él mismo decía. Cuanto hice y cuanto conseguí, a mi barrio se lo debo. De ahí el impulso irrefrenable que inspiró mis fundaciones, todas ellas afincadas en la Boca. Por eso mis donaciones no las considero tales, sino como devoluciones. Le devolví a mi barrio buena parte de lo que él me hizo ganar con mi arte. Los dos los siento como fundidos dentro y fuera de mímismo. De tal modo están unidos a mi vida, que me parece que estoy metido en mis cuadros y amarrado a los muelles de la Boca, como los barcos que tantas veces descargué antes de trasladarlos a mis telas pintadas, a mis decoraciones murales, a mis cerámicas y grabados. Más amarrado aún que los barcos, que vienen y se van, a veces para no volver. Yo, en cambio, volví siempre al punto de partida, al muelle familiar del Riachuelo, a mi vieja Vuelta de Rocha. Y cada vez que partí llevé conmigo la imagen de mi barrio, que fui mostrando y dejando en las ciudades del mundo. Fui así como un viajero que viajara con su barrio a cuestas. O como esos árboles trasplantados, que só lo dan fruto si llevan adherida a sus raíces la tierra en que nacieron y crecieron (1949: 341-342). 

Tal vez no sabemos cuánto del don y cuánto de una búsqueda de reconocimiento personal atravesó la vida de Quinquela. Fue una figura pública, buscó serlo, documentó su trabajo con minuciosidad, como una forma de trascendencia. Su imaginación lo llevó también a pintar una Ciudad futura inexistente, con grandes edificios y fábricas superpobladas en la ribera boquense. Relatos del pasado y del futuro. El don se ofrece allí, en esa brecha, “entre pasado y futuro”, en esa apertura que nos vuelve responsables de dar algo que no necesariamente tenemos y sin recibir nada a cambio, por el solo hecho de vivir y de transcurrir el tiempo, de hacerlo parte de  una transmisión que vive en cada uno/a. Es por eso que la autoridad de quien enseñ a –y enseñ ar es narrar, contar historias– no se limita a mirar el pasado y transferirlo, tampoco a organizar el futuro produciendo a quienes lo habitarán. Esa autoridad, la que autoriza, se ubica en medio de los tiempos, manteniendo huellas de memoria y abriendo la posibilidad de “ciudades futuras”. 

Sigue Derrida: Ahora bien, ¿es posible guardar memoria y mantener la posibilidad? ¿Cómo sentirse responsable de lo que no se tiene y que además todavía no está́? (…) No sési es posible guardar memoria y a la vez mantener la posibilidad. Más bien me siento tentado a pensar que una no se guarda ni se mantiene sin la otra, sin mantener a la otra y sin mantener lo otro (1990: 498). Si volvemos a nuestra escuela actual, la pregunta cobra nuevas dimensiones. ¿Qué implica hoy guardar memoria y abrir posibilidad? ¿No corremos el riesgo de borrar memorias y posibilidades en la aceleración de un tiempo que vuela, innova, consume, pasa de largo, olvida? Tal vez la apuesta actual es a no pasar de largo. Detenerse. Mirar. Fundar de nuevo. Saberse parte de una transmisión que no cesa. Autoridad que habilita. Volverla experiencia para sí y para quienes vienen después. ¿Quéhace viva una experiencia de transmisión? Hay algo de la historia de Quinquela que se cuenta una y otra vez. Es eso lo que escucho en la reunión de la escuela. La Escuela de Artes Gráficas “Maestro Quinquela”, como tantas de la Ciudad de Buenos Aires y de Argentina, se piensa a sí misma y se vuelve a pensar, una y otra vez, en crisis. Hablamos, analizamos muchas veces junto con los/las docentes la distancia entre los lenguajes de la enseñanza y de las culturas actuales, advertimos, por momentos, autoritarismo, emergencia de la violencia o desconocimiento de los lugares de autoridad tradicionales, constatamos con demasiada frecuencia la desaprobación masiva de materias, el abandono, la falta de interés, la apatía. Con un formato escolar moderno que intenta homogeneizar, que con dificultad se interroga a sí mismo y no logra “hacer” experiencia, seguimos intentando reunir allí a jóvenes generaciones contemporáneas. Los problemas sociales de hoy son otros, la inmediatez de casi todo nos atraviesa, a adultos/as y jóvenes, acelera nuestras miradas al punto de diluirlas. Muchas escuelas siguen colmando sus aulas de estudiantes, los/as docentes concurren y hacen su trabajo, sin embargo, con frecuencia, el encuentro no se produce. Ocurre un ensayo incansablemente reiterado en el último siglo, los bancos alineados, el pizarrón colmado, el pedido de silencio, la voz de un saber centrado. Pero la pregunta por lo que “hace” experiencia de transmisión en esas escenas no siempre se formula. 

Un tiempo desencajado obliga a volver a mirar los lugares de autoridad, la transmisión, la convivencia, su sentido. Decir hoy autoridad implica recrear un concepto transformado, distinto a como lo entendemos habitualmente. Supone reconocer a las subjetividades contemporáneas su constitución más allá de la mera obediencia, el requerimiento de un lazo que establezca diferencias y que, en el mismo momento, se disponga a su disolución. Autoridad no es poder, aunque es posible que quien la ejerza asuma un poder cuya prioridad es el otro/la otra, cualquiera que allí se encuentre, tal vez sin saber por qué. Vuelvo entonces a la escuela de la reunión, a Quinquela y su experiencia de mirar y dar, a la herencia o su ausencia. Los reúno para hacerle lugar, tal vez, a más preguntas. 

¿Qué necesitamos hoy para generar esa experiencia que atraviesa los cuerpos y las voces, recrea posicionamientos y hace lugar a las singularidades? ¿Es posible enseñar en nuestra actualidad a con-vivir, a mirar, a dar? ¿De qué está hecha la transmisión de la que somos responsables los/as adultos/as de este tiempo? Cuentan los/as docentes que hay un legado que está vivo, que aún en medio de dificultades, los/as estudiantes de esta escuela son herederos del maestro. Los/as estudiantes de la escuela “Maestro Quinquela” hoy escriben una revista que los da a ver, los/as hace visibles y sus docentes los/as acompañan. Relatan sufrimientos, alegrías, búsquedas. Dicen que sus trayectorias no son fáciles y, mientras lo dicen, las reinventan. Los/as estudiantes de la escuela “Maestro Quinquela” hoy aprenden a fotografiar, salen por el barrio y miran a sus protagonistas, los retratan. Recuperaron viejas máquinas de fotos, aquellas hechas con cajas en las que el fotógrafo introducía su cabeza, para ensayar ese oficio  misterioso que hace de la imagen actual una que perdurará en el tiempo sin tiempo.

 Salen por las plazas, las calles, invitan a la gente a participar de una experiencia que viene de lejos. Tejen relatos callejeros, traen historias que no se perdieron, que habitan entre generaciones. Los/as estudiantes de la escuela “Maestro Quinquela” hoy exponen sus trabajos, arman un museo que será una de las sedes de “la noche de los museos” en plena primavera en Buenos Aires. Se preparan, estudian, leen, escriben, pintan, fotografían. La historia estáhoy aquí. También el futuro. Convivimos entre los/ as contemporáneos pero también con quienes nos precedieron y quienes vendrán. Solo hace falta reconocer esa historia y proyectarla, ayudar a cada joven a hacerla suya para imaginar un porvenir.

LA AUTORIDAD COMO PRACTICA


 

Capítulo 1 

Cartografías de una autoridad 

Un país no es una esencia a venerar sino un conjunto de problemas a desentrañar. Saer (1991)

 Reconocer quiénes somos y trabajamos, hoy, en el campo educativo y de la formación docente, requiere construir unas cartografías que amplían miradas, perspectivas, maneras de hacer, de construir lazo social, de producir rupturas en lo “ya dado” e inaugurar otros territorios formativos de subjetividades en igualdad. 

Desde hace ya varias décadas la autoridad pedagógica viene siendo cuestionada, conmovida, anunciada en crisis. Interrogada en casi todos sus ámbitos y niveles educativos, entre instituciones y comunidades. Se la presenta, con frecuencia, denostada, e incluso en algunas investigaciones se afirma su supuesta e irremediable desaparición o el requerimiento –ilusorio– de volver a una suerte de “autoridad de antes”, capaz de hacer obedecer sin más, retornar a aquella que impone los modos, las formas de saber y de ser, organizar servidumbres y silencios. Sin embargo, creemos que se trata de complejizar las miradas, los discursos y las prácticas. Generar otros saberes porque entendemos que un saber no es una abstracción sino una manera de organizar el mundo, de abrir sentidos y ficciones provisorias que permiten nuevos encuentros. Y el mundo se organiza con lo que aprendemos en medio de escenas vitales, lo que nos enseñan en silencios que hablan, con actos amorosos, indiferentes u hostiles y en los lugares que habitamos desde la infancia y llevamos puestos, aunque emigremos muy lejos o permanezcamos cerca. Dice Saer, describiendo el lugar donde nació, en la provincia de Santa Fe, que viendo desde el avión ese “río sin orillas” advertía en él la mayor austeridad y pobreza, en medio de esa “inmensa extensión de agua barrosa” (Darwin, 1832, citado en Saer, 1991). Y sin embargo ese lugar chato y abandonado era para mí, mientras lo contemplaba, más mágico que Babilonia, más hirviente de hechos significativos que Roma o que Atenas, más colorido que Viena o Ámsterdam, más ensangrentado que Tebas o Jericó. Era mi lugar: en él, muerte y delicia me eran inevitablemente propias (…) (1991: 15). Esos mundos, cuya autoridad –a modo de autoría– nos constituye, se reconfiguran cuando transitamos lugares ajenos, nos alejamos de los territorios primeros, nos seguimos formando y eso también nos crea en nuevos paisajes, nos hace otras y otros.

 En algunas experiencias que iremos analizando, propias de la formación docente y también de los otros niveles y modalidades, se reconstruye esa subjetividad articulada con una autoridad que no viene dada, buscando y ensayando formas de encuentro entre profesores/as y estudiantes, tanto en la enseñanza como en la convivencia, entrelazadas. Se crean dispositivos: asambleas, consejos, espacios tutoriales, formas participativas de enseñanza mediante proyectos que integran lo que sabemos y lo que ignoramos, entre diversas áreas, campos de conocimiento, territorios, como problemas comunes para docentes y estudiantes. En la formación docente, la construcción de autoridad como “autorización de sí” se vuelve un desafío acuciante porque es el tiempo de hacer presentes unas marcas, unas huellas que más tarde serán el sostén del trabajo de enseñar, un modo de hacer-sentir-pensar con otros/ as. 

Es allí urgente complejizar sus sentidos y hacer resonar sus formas propias, habilitantes, emancipadoras desde un accionar colectivo. Entrelazar un conjunto de relaciones que habilitan futuros. La autoridad pedagógica en la formación se construye en varios sentidos que arman recorridos y entramados cartográficos porque no son mapas fijos por donde las trayectorias pasan, sino recorridos sensibles y singulares, también azarosos. Se expresan en: • saberes políticos, pedagógicos, institucionales, en el modo en que se transmite lo que implica la educación en nuestro contexto social y tiempo contemporáneo, en prácticas formativas que les dan vida a esos saberes político-pedagógicos, • en los modos en que nos dirigimos, hablamos y escuchamos, a los/as estudiantes e inauguramos espacios y tiempos para que su palabra sea tomada, expresada incluso en disidencia, • en la manera de pensarlos/as como docentes –en formación– a cargo, a su vez, de los procesos formativos de otros/as. ¿Por qué una cartografía sensible de la formación docente? 

En palabras de Rolnik la cartografía: se hace mientras se desintegran ciertos mundos, pierden su sentido, y se forman otros: mundos, que se crean para expresar afectos contemporáneos, en relación a los cuales los universos vigentes se tornan obsoletos (2008: 1). Cartografiar no es sólo trazar el mapa de los espacios físicos que nos circundan sino “dar voz a los afectos que piden pasajes” (Rolnik, 2008: 1), por eso requiere nuestra implicación en las intensidades del tiempo que vivimos, en sus entramados subjetivos, culturales, políticos, desde una atención a los lenguajes que encontramos, haciendo lugar a lo nuevo, lo que no conocemos, lo inquietante. Cartografiar es componer con elementos heterogéneos, con la incomodidad de lo incompleto y en un movimiento vital de expansión. La ampliación de un mundo o de varios en uno que se nos presentan, a menudo, ya hechos, injustos, desiguales, inmodificables. La educación tiene que ver con eso, sobre todo, más que nada, ampliar lo que vemos, lo que entendemos, lo que significamos. La formación docente es entonces aprender a ampliar, un movimiento que se expande y tiene que ver con la vida, está hecha de una autoridad que –en sí misma– es lo que su significado más antiguo expresa: aumentar lo que hay. La pregunta es cómo hacerlo desde la igualdad, con ella como principio, como convicción. Nuestros tiempos demandan una igualdad que se haga acto. Una subjetividad que desplace sentidos, miradas, formas de habitar. Espacios y tiempos igualitarios. La renuncia a ver (y sostener) sólo desigualdad. La decisión de ampliar la visión de lo que vemos y las palabras para recrear el “hacer escuela” de manera igualitaria. 

Para ello: el trabajo político que reconfigura territorios, paisajes, cartografías que no son obra de una supuesta naturaleza sino de nuestros gestos cotidianos. Este texto plural y sus formas igualitarias, entre experiencias y reflexiones, no puede dejar de situarse en tiempos de una actualidad, en la que la pregunta por la igualdad se vuelve acuciante y en una contemporaneidad que nos ubica, a la vez, ante la urgencia del despliegue de un pensamiento sobre la autoridad pedagógica y sus prácticas. Una pregunta, entre muchas otras, será un hilo que teja este entramado de textos, plasmado en cartografías: ¿La autoridad pedagógica se forma, se aprende y enseña? ¿A través de qué formas, gestos, experiencias, relaciones y lazos? ¿En qué instituciones, formas, recorridos, saberes?

"lo que no se puede decir no se puede callar"

 

Francoise Davoine y Jean-Max Gaudilliere ubica esta expresión al inicio de su libro Historia y trauma. La locura de las guerras. Bs As: FCE, 2011

"... las guerras, cualquiera sea su envergdura -guerras mundiales, civiles, étnicas, de descolonización, etc.- son esas circunstancias extremas en las que el desmoronamiento de todas las referencias hace surgir lazos por fuera de la norma. Esa gente a la que llamamos locos, en el sentido trivial del término, antes que nada nos dan la medida de lo que ha debido hacerse para sobrevivir ... a través de sus síntomas, pacientes que no padecieron directamente los traumas de los combates persisten, en el período de entreguerras, en testimoniar esos derrumbes del tiempo y de las garantías de la palabra, a partir de su propia experiencia ..." (2011, 29, 30)


viernes, 16 de noviembre de 2012

ficciones




Fingir no es proponer engaños, es elaborar estructuras inteligibles. La poesía no tiene que rendir cuentas sobre la “verdad” de lo que ella dice, porque en principio, ella está hecha no de imágenes o de enunciados, sino de ficciones, es decir de arreglos entre los actos. (...)

La disposición ficcional no es más el encadenamiento causal aristotélico de las acciones “según la necesidad y la verosimilitud”. Es un arreglo de signos. (...)

Lo real debe ser ficcionado para ser pensado.(...)

La Política y el arte, como los saberes, construyen “ficciones”, es decir redistribuciones materiales de signos y de imágenes, de relaciones entre lo que vemos y lo que decimos, entre lo que uno hace y lo que uno puede hacer. (...)

Los enunciados políticos o literarios tienen efecto en lo real. Ellos definen modelos de palabras o de acción, pero también de sistemas de intensidad sensible. Levantan las cartas de lo visible, de las trayectorias entre lo visible y lo decible, de las relaciones entre modos de ser, modos de hacer y modos de decir. Ellos definen las variaciones de intensidad sensibles, de las percepciones y las capacidades de los cuerpos. Ellos se apoderan  de ese modo de cualquier humano, profundizan las distancias, abren derivaciones, modifican las formas, las velocidades y los recorridos según os cuales ellos adhieren a una condición, reaccionan a situaciones, reconocen sus imágenes. Reconfiguran el mapa de lo sensible desdibujando la funcionalidad de los gestos y de los ritmos adaptados a los ciclos naturales de la producción, de la reproducción y de la sumisión. El hombre es un animal político porque es un animal literario, que se deja desviar de su destino “natural” por el poder de las palabras. (...)

los enunciados se aprovechan de los cuerpos y los desvíos de su destino, en la medida en que ellos no son cuerpos, en el sentido de organismos, sino cuasi-cuerpos, bloques de palabras circulantes sin padre legítimo que los acompañe hacia un destinatario autorizado. Tampoco producen ellos cuerpos colectivos. Más aún, ellos introducen en los cuerpos colectivos líneas imaginarias de fractura, de desincorporación. (...)

la circulación de esos cuasi-cuerpos determina modificaciones de la percepción sensible de lo común, de la puerta entre lo común de la lengua y la distribución sensible de los espacios y de las ocupaciones. Ellos dibujan de ese modo comunidades aleatorias que contribuyen a la formación de colectivos de enunciación que ponen en cuestión la distribución de los roles, de los territorios y de los lenguajes -brevemente, de esos sujetos políticos que cuestionan el compartir dado de lo sensible.



Jacques Ranciére. El compartir de lo sensible. 2012. Ed. Prometeo.



Edward Hopper



"sólo sé lo que veo trabajando" Giacometti

viernes, 17 de agosto de 2012

las cosas son el único sentido oculto de las cosas - pessoa



Antonio Berni. Escuela rural.




XXIV

Lo que nosotros vemos de las cosas son las cosas
¿Por qué veríamos nosotros una cosa si hubiese otra?
Por qué ver y oír sería engañarnos
Si ver y oír son ver y oír?
Lo esencial es saber ver,
Saber ver sin pensar,
Saber ver cuando se ve, Y ni pensar cuando se ve,
Ni ver cuando se piensa.

Por eso (¡tristes de nosotros que traemos el alma vestida!)
Eso exige un estudio profundo,
Un aprendizaje de desaprender
Y un secuestro en la libertad de aquel convento
Del que los poetas dicen que las estrellas
Son las monjas eternas
Y las flores las penitentes convictas de un solo día,
Pero donde al final las estrellas no son sino estrellas
Ni las flores sino flores,
Siendo por eso que las llamamos estrellas y flores.




XXXIX


El misterio de las cosas, ¿dónde está?
¿Dónde está él que no aparece
Por lo menos para mostrarnos que es misterio?
¿Qué sabe el río y que sabe el árbol?
Y yo, que no soy más que ellos, ¿qué sé de eso?
Siempre que miro las cosas y pienso en lo que los
Hombres piensan de ellas,
Río como un riacho que suena fresco en una piedra.

Porque el único sentido oculto de las cosas
Es no tener ningún sentido oculto.
Es más extraño que todas las extrañezas
Y que los sueños de todos los poetas
Y los pensamientos de todos los filósofos
Que las cosas sean realmente lo que parecen ser
Y no haya nada que comprender.

Sí, he aquí lo que mis sentidos aprendieron solos:
Las cosas no tienen significación: tienen existencia.
Las cosas son el único sentido oculto de las cosas.